El régimen policial de aquella época se llamaba Cuerpo de Carabineros, no permitía después de las 20:00 ninguna reunión en las calles. A los que protestaban les daban sable.
Muchos ciudadanos ya se han olvidado de la sangrienta revolución del 28 de Mayo, otros todavía no habían nacido y otros estaban en la niñez. Por esto, vale recordar lo que ocurrió en aquella época y en especial, el papel del hospital Luis Vernaza en cuanto se refiere a la multitud de heridos que se atendieron.
Los internos encargados de la guardia en este periodo fueron los señores José Ramírez Dueñas y Salvador Lofredo Rodríguez, titulares que cursaban el sexto año de medicina; acompañados por mí, doctor Germán Abad Valenzuela, radiólogo que en ese entonces cursaba el cuarto año de medicina y que en febrero de 1944, de chatarras, había acondicionado un equipo de Rayos X.
La noche del 28 de Mayo después de las 21:00, terminábamos de hacer una cesárea, cuando las sirenas de las ambulancias comenzaron a sonar. Bajamos para ver lo que ocurría. En un camión traían numerosos heridos y en las ambulancias los más graves. En el camión había 13 heridos y dos muertos.
Principié la labor de tomar radiografías a los heridos y luego trasladarlos al quirófano. Mientras pasaban las horas, seguían llegando los heridos.
El régimen policial de aquella época se llamaba Cuerpo de Carabineros, no permitía después de las 20:00 ninguna reunión en las calles. A los que protestaban les daban sable. Sin embargo, en las calles Colón y Quito estaba un grupo de personas que fue dispersado a sablazos.
El pueblo estaba indignado por este régimen, así que decidieron tomarse los cuarteles y armarse para atacar el cuartel de carabineros. Así lo hizo, principiando una balacera de gran magnitud. Prácticamente el pueblo vació de fusiles los cuarteles. Los carabineros eran soldados alineados, extraídos de los batallones para integrar el Cuerpo de Carabineros. Los batallones quedaron, en su mayor parte, con conscriptos.
La mañana siguiente, realmente estábamos agotados, pero había que seguir laborando en la toma de radiografías y en las operaciones. El director del hospital, con todo respeto, fue trasladado a Quito cuando estuvo instaurado el nuevo gobierno. El subdirector quedó en la ciudad bajo vigilancia. Todo porque eran amigos del presidente depuesto.
No se podía salir a la calle porque el pueblo armado disparaba por todos lados. Por esta causa, los médicos del hospital no pudieron concurrir hasta el tercer día. Después de este intervalo, apareció el señor Marcos Martínez Macías, del séptimo año de medicina, que prestó valiosa ayuda.
Para desocupar camas, se dio de alta a la mayor parte de pacientes. Menudeaban los colchones en el suelo. Hasta el tercer día seguíamos trabajando activamente, a pesar de nuestro cansancio.
El cuarto día principiaron a concurrir los médicos, especialmente cirujanos, a prestar su valiosa ayuda. El suscrito era el que tenía que seguir tomando radiografías para ubicar las balas. Las películas X-R, reveladores y fijadores se agotaron. El inmejorable ciudadano español, propietario de la librería de su mismo nombre Víctor Manuel Janer y Agente de Kodak, abrió su local y proveyó del material que se necesitaba, buen ejemplo de patriotismo.
Los carabineros no se rendían. El pueblo consiguió de la marina nacional un cañón, con lo cual a pocos cañonazos se rindieron y principió el éxodo de esta tropa y el ingreso de heridos al hospital Luis Vernaza. Era tan grande la cantidad de radiografías que el suscrito tomaba, que tuve que poner cordeles en el jardín del hospital para secar las X-R.
Como el trabajo quirúrgico fue inmenso e ilimitado, entre los tres internos, nos asignamos los pacientes. A mí me tocó, entre los diversos casos, el de un alfarista de más de noventa años, quien a pesar de sus heridas mantenía muy en alto su ánimo y hablaba todo el tiempo refiriéndose a campañas anteriores. Esta vez había tomado las armas para la justicia y el pueblo.
Lo intervine con anestesia regional. El bazo sangraba profusamente por sus heridas y también su riñón izquierdo. Procedí a sacar el bazo y suturar el riñón. No había sangre, solo suero y plasma. La sorpresa fue enorme. Al día siguiente el anciano estaba sentado en su cama pidiendo su desayuno. Se recuperó y se fue de alta precozmente.
La atención a los heridos se extendió algunos meses más. Así como también sus controles. El aparato de Rayos X que yo armé resistió todo el periodo de la revolución y siguió rindiendo dos años más (para Ripley, ya que fue armado de chatarra de un equipo obsoleto).
En días pasados falleció el doctor Ramírez y el doctor Salvador Lofredo Rodríguez tiene algunos años de no estar entre nosotros. A ellos, mi respeto y reverencia ya que hicieron su trabajo hasta el cansancio y agotamiento. Los llamo los héroes anónimos.
Tomado de diario El Universo, 30 de mayo de 2008