Nace el Lorenzo Ponce en Guayaquil

Diario Expreso, Guayaquil. Por gestión del doctor Francisco Campos Coello, a la sazón Presidente de la M. I. Municipalidad de Guayaquil, a principios de 1887 el Congreso Nacional aprobó la creación en Guayaquil de una Junta Municipal de Beneficencia y le asignó una limitada subvención anual proveniente del Fisco. Esta institución se inició con 35 miembros, 3 natos y 32 designados por la Municipalidad. Todos ellos sin recibir emolumento alguno, como hasta hoy, y dedicados al servicio de la sociedad.

Una vez creada, el 17 de diciembre de 1887 la Junta Municipal recibió del Cabildo porterño para su administración, el Hospital General, el Manicomio Vélez y el Cementerio. El 29 de enero de 1888, la institución pasó a ser un ente privado de servicio público, el cual administrado y asistido por sus miembros con gran probidad, estimuló a la tradicional filantropía guayaquileña para hacer grandes donaciones, en haciendas, edificios, legados y todo tipo de valores, que le permitieron, hasta 1910, crear los siguientes centros de asistencia social: Hospital General, Hospicio Corazón de Jesús, Manicomio Lorenzo Ponce, asilos Manuel Galecio, Calderón Ayluardo, Coronel, José Domingo de Santisteban, Calixto Romero, Instituto de Vacuna Animal, Cementerio Católico, Agencia Funeraria y Ramo de Lotería.

En 1906, Lorenzo Ponce dejó a la Junta de Beneficencia un legado por 50.000 sucres. Y en 1908, considerando la ruinosa vetustez del edificio, la anticuada distribución del Manicomio Vélez y los limitantes para atender a los enfermos mentales, la Junta expuso al Gobierno del presidente Eloy Alfaro la urgente de satisfacer la demanda y modernizar la atención. El Gobierno obtuvo del Banco del Ecuador un empréstito por la suma de 100.000 sucres, que unido al legado del señor Ponce permitió iniciar la construcción de un nuevo hospital dotado con los avances de la época.

La construcción fue iniciada en 1908 en la falda norte del cerro del Carmen, en la vecindad del Asilo Santistevan y concluida a finales de 1909 acorde a las exigencias médicas modernas. Una vez dotado de agua potable, energía eléctrica y finalizada la instalación de la cocina importada expresamente para su servicio fue inaugurado a principios de 1910 con el traslado de los pacientes alienados y se le dio el nombre de Manicomio Lorenzo Ponce.

Al iniciar sus actividades en 1910, el Lorenzo Ponce recibió del Manicomio Vélez 138 pacientes; 63 hombres y 75 mujeres y al finalizar el año con el ingreso de 74 hombres y 43 mujeres alcanzó la cifra total de 265 pacientes. De estos recibieron el alta 40 hombres y 37 mujeres, y con la muerte de 18 de ellos, al llegar el 31 de diciembre de ese año quedó un remanente de 170 internos, compuesto por 86 hombres y 84 mujeres. Iniciadas las actividades en el Lorenzo Ponce aún se aplicaban las viejas técnicas para el manejo de los pacientes; “es decir, un simple aislamiento del enfermo mental”.

En 1934 la Psiquiatría fue incorporada al Plan de Estudios de la Facultad de Medicina de la Universidad de Guayaquil, y “los primeros catedráticos fueron, entre otros, los doctores Carlos Noboa, Ramón Boloña y Felipe Barbotó, iniciándose así un nuevo sistema de tratamiento para los enfermos mentales”. Importante grupo de médicos que dictaba cátedra sobre Patología Mental, ayudados con la práctica del análisis y estudio de las conductas de los pacientes del hospital.

Entre el plantel de destacados médicos que atendían a los enfermos del manicomio, en calidad de Jefe del Servicio del Hospital Psiquiátrico, se hallaba el doctor Miseno Saona, que tuvo la oportunidad de realizar abundantes observaciones y profundizar en el estudio de la patología mental. Dedicación y práctica que le permitieron realizar importantes publicaciones sobre el tema de gran utilidad para estudiantes y médicos practicantes.

Al incorporar la mencionada cátedra al Programa de la Facultad de Medicina, cuyas prácticas se ejercitaban con el trato directo a los alienados, el Manicomio Lorenzo Ponce, paulatinamente, dejó “de ser un simple reclusorio o asilo para dementes y pasó a ser una clínica de tipo universitario, con una atmósfera local en donde los pacientes no tenían la sensación de hallarse recluidos y de que habían perdido una parte, por lo menos, de sus derechos humanos”.

Por los años 1936 y 1939, al llegar el mes de octubre, cuando los árboles de ciruelas comenzaban a enrojecer con su pequeña fruta, los chicos que vivíamos en Las Peñas, junto a varios niños de bajos recursos residentes “del cerro”, teníamos la costumbre de reunirnos sábados y/o domingos para merodear por las laderas de los cerros Santa Ana y del Carmen en busca de la palatal golosina.

La primera vez que en una de esas temporadas pasamos por la parte posterior del Manicomio, notamos que en las ventanas enrejadas ya no se asomaban los locos que nos gritaban obscenidades y nosotros se las devolvíamos con sal y pimienta, sino locas que nos pedían algo. Pusimos atención a sus gritos y notamos que querían nuestras ciruelas. En ese lado del hospital había muchos árboles cargados y empezamos a lanzarles acertando a la ventana la mayoría de las veces.

Cada vez que una penetraba por la ventana y les daba en la cabeza, gritaban entusiasmadas y extendían sus manos a través de la reja pidiendo más. Desde ese día, hasta que cayó de los árboles la última ciruela, no dejamos de ir año tras año, hasta cuando llegamos a la pubertad y descubrimos nuevos intereses. Nunca comprendí por qué habían desaparecido los locos de ese sector. Hasta hoy, 1 de octubre de 2008, que al leer la página 71 del Tomo 5 de la obra póstuma de Julio Estrada, “Guía Histórica de Guayaquil”, encontré lo siguiente: “1937. Comenzó a funcionar el recién construido pabellón central para varones (del Lorenzo Ponce), que tenía un área de 1.000 m2”.

Otro elemento pintoresco que caracterizaba al manicomio, era el “carro de los locos” tirado por mulas, cuya plataforma aún se conserva a la entrada del actual hospital, que tanto de ida como de vuelta tenía como terminal la esquina del hospicio Corazón de Jesús (actuales Julián Coronel y José Moscote). El cual era utilizado para transportar a médicos, practicantes y estudiantes; también, a los enfermos que ingresaban o salían dados de alta; visitantes, víveres, etc. Y, naturalmente, a quienes éramos amigos de “Juancho” su conductor. Por entonces, si la memoria no me traiciona, era su director el doctor Carlos Ayala Cabanilla, cuyas tías y hermana vivían en Las Peñas y fue el pasaporte para nuestros recorridos en el carro de los locos.

Desde entonces, dada la gran práctica adquirida en sus funciones, el doctor Ayala se convirtió en el máximo referente de la psicoterapéutica en esta ciudad y el país. Y con la producción mundial de fármacos y drogas cada vez más eficientes, las terapias aplicables a los enfermos mentales se modernizaron y el Lorenzo Ponce fue identificado como el primer hospital Psiquiátrico de la urbe.

Un recorrido por dentro
En 1977, tuve la oportunidad de conocer desde adentro al hospital; era entonces su Director Técnico el doctor Alfonso Martínez Aragón, que tenía bajo su responsabilidad no solo el control de su numeroso personal técnico, sino la supervigilancia de los pensionados, del departamento de diagnóstico electrónico, de la sala de tuberculosos, la de adictos y sus áreas de rehabilitación. Y, además, la de dirigir las juntas de médicos, para el análisis y guía de los distintos tratamientos que recibían los pacientes.
La Junta de Beneficencia de Guayaquil, desde su creación en 1887, se involucró con el cuidado de los enfermos mentales. Y al asumir la conducción y sustento del Manicomio Vélez, adquirió la gran responsabilidad de velar por la suerte de aquellos desgraciados, que vienen de todas las regiones del país, afectados por la pérdida de sus facultades mentales. Hoy, con una juventud víctima de la adicción a las drogas, que ha multiplicado en proporción geométrica los casos de locura, los servicios del Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce, bajo la responsabilidad de esta benemérita entidad guayaquileña, son fundamentales para, sino eliminarlos o reducirlos, atenderlos con profesionales especializados.

Una enorme mayoría de guayaquileños y buena parte de ecuatorianos hemos nacido, educado, curado, atendidos en nuestra vejez y finalmente sepultados por la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

Por eso, con defectos y todo, debemos defenderla como un bastión de la filantropía y el voluntariado que caracteriza a nuestra sociedad.

Inicio. La construcción empezó en 1908 en el cerro del Carmen. Una vez dotada de agua potable, energía eléctrica e instalada una cocina, se inauguró en 1910. 

José Antonio Gómez Iturralde
www.archivohistoricoguayas.org

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