Diario El Telégrafo, Guayaquil. Es el único centro que regenta la Junta de Beneficencia de Guayaquil, ubicado en la Sierra.
ANTECEDENTES
El primer Asilo Manuel Galecio se construyó en Guayaquil, pero su estructura se incendió en 1896.
En 1907 se edificó un nuevo albergue que superó la capacidad de cupos, por lo que se creó otro en Chimborazo.
La actual institución fue creada por la Junta de Beneficencia de Guayaquil, en 1951, y es el único en la Sierra que funciona bajo su financiamiento.
Cada mañana, Johana hace una oración para pedir protección para sus padres, compañeras y las personas del asilo de niñas Manuel Galecio, ubicado en la provincia de Chimborazo, el único creado por la Junta de Beneficencia de Guayaquil en la Sierra.
La institución se abrió primero en el Puerto Principal, hace 120 años, pero un incendio ocurrido en 1896 destruyó las instalaciones. Luego se crea un albergue en el colegio La Providencia, donde se repitió la historia casi 5 años después. En 1951, una nueva edificación se levanta en el cantón Alausí, a través de la donación de un terreno por parte de uno de los miembros de la Junta.
Hasta hoy, miles de niñas pasaron por la casa hogar, que en la actualidad alberga a un grupo de 97, aunque tiene capacidad para recibir hasta 120 niñas, cuyas edades oscilan entre los 5 y 18 años.
Sus historias son diversas. Aunque algunas vienen de familias funcionales, hay quienes son huérfanas o fueron dejadas por sus padres por distintas razones. “En algunos casos, el impacto del abandono familiar las deprime y hay que trabajar en su recuperación”, explica Mariana Redrobán, psicóloga de la institución.
Johana está por cumplir dos años en el establecimiento. Sus padres, unos campesinos riobambeños, se dedican al cultivo de la papa. “No la abandonaron, su ambiente familiar se basa en el amor, están pendientes de ella y su hermana mayor que llegó antes”, dice Redrobán. Sin embargo, sus escasos recursos económicos y su trabajo les impiden dar la atención que sus hijas necesitan, por lo que decidieron dejarla aquí.
Al igual que en otros casos, su familia debió pasar por una evaluación previa para que ella forme parte del grupo. “No se trata solo de recibir a niñas problema, sino a quienes lo necesitan”, subraya la psicóloga.
La jornada inicia temprano. Las niñas se levantan a las 05:00. Luego de cumplir con su aseo personal y ordenar su cama, que está en la habitación San Roque y donde duerme junto con otras 44 asiladas, la pequeña, de 7 años, se prepara para ir a la escuela, ubicada junto a la casa hogar.
Al medio día, en el patio principal, todas forman varias filas y hacen una oración conjunta de agradecimiento previo al almuerzo que se servirán en el comedor, que a esa hora está iluminado por el sol que entra a través de los ventanales.
Una a una pasan frente a las grandes ollas de comida para recibir su porción: sopa caliente, arroz, carne, ensalada y una bebida. En la cena el menú es diferente, explica María Eugenia Pilco, administradora.
A medida que terminan de comer, cada una lava su plato y se dirige hasta el baño para lavarse las manos y los dientes. Pese a la frialdad del clima y las altas paredes que impiden la libre entrada al sol, tanto las niñas como las 22 personas que trabajan en el lugar reflejan gran calidez. Los saludos afectuosos y las risas forman parte de la hora de descanso, antes de que la vieja campana dé la orden de iniciar las tareas escolares, a las dos de la tarde. Mientras tanto, otras hacen deporte o continúan con la limpieza del espacio del cual son responsables.
Dentro del asilo hay varias reglas que deben cumplir. No pueden salir solas, se levantan a las cinco de la mañana y, a las siete de la noche, se reúnen para ir a misa o rezar el rosario en la pequeña capilla adornada con manualidades elaboradas por las más pequeñas. Una hora más tarde van a dormir.
La jornada es similar cada día. Cuando salen de la escuela, deben regresar de inmediato, “no les impedimos que tengan amigos, pero solo en el colegio, no para salir con ellos”, indica Redrobán.
En el lugar, realizan las labores del hogar y desarrollan habilidades, como el tejido o el deporte, “sobre todo aprenden a compartir con otras niñas y a quererlas como a sus hermanas”, afirma.
Diana Anchundia tiene 12 años y llegó desde Guayaquil. Antes de cumplir con las labores del colegio ayuda a sus compañeras más pequeñas a lavar la ropa. “Me gusta colaborar con mis hermanas y mis compañeras. Cuando crezca quiero ser doctora de niños”, señala.
A pesar de que durante el año la casa hogar les permite salir dos veces, por Navidad y Semana Santa, Diana asegura que en su hogar debe enfrentar problemas familiares de diferente tipo. “En Navidad prefiero quedarme aquí, me siento más feliz que en mi casa”, sostiene.
Es común encontrar estos casos, dice la hermana Rosa Ortiz, directora de la institución, enviada por la Junta desde la congregación de las Dominicas. Ella y dos religiosas más enfrentan la situación de las niñas cuando inicia cada periodo escolar. “Las más pequeñas lloran, se sienten abandonadas cuando recién llegan; las más grandes, en ocasiones, buscan escapar”, lamenta.
Sin embargo, lo importante, según la directora, es hacerles sentir que forman parte de una familia, tienen hermanas y las autoridades cumplen el rol de padres, “les brindamos confianza, es fácil que nos busquen si lo necesitan”, dice Ortiz.
La religiosa afirma que el trabajo más fácil es con las pequeñas, pues “ellas están más abiertas, cuando les hablamos nos acercamos con cariño a corregirlas y nos escuchan”, expresa. Por el contrario, las más grandes actúan con rebeldía y actúan como si tuvieran la solución a todos los problemas, agrega.
Los inconvenientes se solucionan mediante el diálogo. “Cuando las más pequeñas inician algún desorden, las apartamos del grupo, las llevamos a dar una vuelta por el patio para explicarles que su comportamiento no es el adecuado”, indica la religiosa.
Pilco expresa el orgullo que siente cuando regresan las niñas que dejaron el lugar al iniciar su vida universitaria. “Algunas vienen y nos presentan a sus esposos e hijos y recordamos cuando estaban aquí”, afirma la administradora, quien también fue una de las alumnas del asilo de niñas Manuel Galecio.
MARIANA REDROBÁN
Psicóloga Asilo Manuel Galecio
“En algunos casos, el impacto del abandono familiar las deprime y hay que trabajar en su recuperación”
DIANA ANCHUNDIA
Niña de 12 años beneficiada de la casa hogar Manuel Galecio
“Me gusta ayudar a mis hermanas y mis compañeras. Cuando crezca quiero ser doctora de niños”
INFÓRMATE +
Más datos para ingresar al asilo de niñas Manuel Galecio
Llamar a los teléfonos:
(03) 2930131
Junta de Beneficencia de Guayaquil: (04) 2324060
Tomado de diario El Telégrafo, 29 de octubre de 2009.