Diario Expreso, Guayaquil. Asumió dirección de la Junta de Beneficencia de Guayaquil en 1999, en plena crisis bancaria y con un déficit. Fue reelegido por seis ocasiones gracias a los grandes ingresos que logró.
La familia de Lautaro Aspiazu Wright marcó parte de la historia agrícola ecuatoriana. Su bisabuelo Pedro Aspiazu Coto de Lira fue el primer productor mundial de cacao por los años 1850. Aquella actividad no solo le permitió aumentar su riqueza sino que además impulsó la economía de Vinces, Palenque y Santa Lucía, donde tenía sus tierras.
Las siguientes generaciones siguieron esa línea y Lautaro Aspiazu lo hizo hasta 1970, en que decidió vender la hacienda Vuelta Baja, que poseía en Palenque. Antes de eso, y por su experiencia en el área, fue contratado por Luis Noboa Naranjo, quien llegó a nombrarlo gerente general de sus empresas agrícolas en el Litoral.
A sus 82 años no niega que nació en una familia acomodada, que lo perdió todo cuando llegó la II Guerra Mundial, pues se rompieron los negocios con Alemania. Él, acostumbrado a una vida sin necesidades, decidió comenzar a trabajar a los 16 años para ganar su propio dinero y abrirse camino. Así lo hizo.
Logró tener éxito en cada actividad que emprendió. “Aprendí y le enseñé a mis hijos que quienes hemos tenido la suerte de nacer en un medio social elevado, no tenemos derechos sino obligaciones de ser mejores con los demás”, acota.
Por eso, cuando en 1988 le ofrecieron ser miembro de la Junta de Beneficencia de Guayaquil (JBG), no lo dudó. Pasó por varios cargos hasta convertirse en director, como lo fue años antes su abuelo Lautaro Aspiazu Cedeño.
Era un verdadero reto. Asumió el cargo en abril de 1999, en plena crisis bancaria y con un presupuesto de 16,8 millones de dólares. En ese entonces los ingresos estaban en 12 millones y existía un déficit de 4,8 millones. Para finales de año, el problema financiero ya había sido superado.
Cuando habla de esa experiencia recuerda que fue una gran responsabilidad, pues la Junta maneja cuatro grandes hospitales, dos asilos de ancianos, dos casas hogares para niñas, escuelas y colegios, un cementerio y la lotería. Aquella labor le demandaba hasta 12 horas diarias.
El 2006 decidió retirarse de la Dirección después de seis reelecciones. Para ese momento el presupuesto era de 90 millones de dólares.
Se siente complacido con lo que ha logrado. Ahora está al frente del área de Relaciones Exteriores. Su trabajo consiste en conseguir donativos del extranjero, como camas y sillas de ruedas.
Hubo una época en que decidió entrar en otra actividad. Fue en 1980 cuando compró Apci, una empresa que fabricaba tubos de hormigón armado. La conservó hasta el 2004 en que la vendió.
Comienza a ver hacia el pasado y reconoce que ha sido un hombre al que le ha gustado laborar para compañías diversas. Así como fue empleado de Emporio Musical y de Ifesa, también se convirtió en vicepresidente de Electro Ecuatoriana y dirigió el Club de la Unión.
Esos fueron momentos de grandes satisfacciones, pero también hubo uno, el más doloroso de su vida. Se produjo en 1993, cuando su hijo Eduardo Aspiazu Estrada, quien se desempeñaba como presidente de Fundación Natura, falleció en un accidente aéreo.
Su refugió son sus otros dos hijos, Andrés y Roberto, y su esposa Georgina Estrada Avilés, con quien lleva 59 años de casado. “Muy pocos matrimonios duran tanto como el nuestro”, dice orgulloso. Sus ojos se encienden cuando habla de ella y de sus raíces familiares.
En su oficina de la Junta de Beneficencia de Guayaquil hace un repaso de su trayectoria, desde su primer día de trabajo cuando era un estudiante de colegio. “He hecho todo lo que he querido”, confiesa orgulloso y enseguida retoma sus tareas en el Departamento de Relaciones Exteriores. Es momento de hacer una llamada para confirmar otro de los donativos.
Mi abuelo, Lautaro Aspiazu Cedeño, también fue director de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Por coincidencia me tocó también ocupar ese cargo por siete años. Me retiré con la satisfacción de haber logrado muchos cambios.