Familia subsistía con $ 240 al mes; ahora ganó $ 1,2 millones

Diaro El Universo. Guayaquil. La vida dio un giro de 360 grados para la familia Varela Moreira. Del sueldo de $ 240 mensuales con el que subsistía, hoy es la ganadora de $ 1’197.659,15 del sorteo del Pozo Millonario del pasado 6 de junio.

Hasta inicios del mes pasado, las deudas y la preocupación por cubrir las necesidades básicas del hogar eran el pan de cada día para Rafael Varela, de 35 años, y su esposa Margarita Moreira, de 30. No obstante, la suerte, constancia y convicción de la Negrita, como cariñosamente llaman a su hija mayor, de 10 años, llevó a esta familia a adjudicarse el premio y abandonar las penurias.

El destino afortunado llegó los primeros días de junio. Margarita junto a sus dos hijas, Negrita y Nena, de 4 años, salieron en busca de una peluquería para arreglar el cabello a la mayor de las niñas, quien tenía que hacer la primera comunión el 12 de junio. En esa salida, la Negrita compró el boleto, ante la incredulidad de su madre.

“Yo siempre le decía a mi esposo que era una plata malgastada”, recuerda Margarita desde la improvisada sala armada con taburetes plásticos en medio de la cocina del minidepartamento que arrienda en el Comité del Pueblo, barrio popular del norte de Quito.

El día del sorteo, la familia olvidó revisar los 14 números ganadores. “Recién el 20 de junio llevé el registro de los números y le entregué a la Negrita”, cuenta Alfredo. “Al poco rato me llamó y me dijo: ‘¡Papi ganamos, todo coincide!’. Yo no creía, pero era cierto”, rememora emocionado. Cuando se convenció, agradeció a Dios, al Divino Niño y a la Madre Dolorosa.

Al llegar su esposa a la casa le contó, pero ella no le creyó. “Cómo iba a creerle, si fueron siete años que compró (el Pozo) y solo dos veces ganó $ 10 y de ahí solo reintegros. Pero luego, cuando vi que era cierto, hasta lloré de la felicidad”, resalta Margarita, mientras arregla un poco de ropa en uno de los dos pequeños dormitorios.

La felicidad es notoria en esta pareja de manabitas que dejó hace ocho años su provincia, donde Alfredo trabajaba como jornalero con un salario de $ 5 diarios en el recinto Nuevo Porvenir, del cantón El Carmen. Se radicaron en Quito, donde su hermano Aníbal, quien le ofreció trabajo como cortador de aluminio en una fábrica de elaboración de vitrinas de ese metal, mientras su esposa se dedicaba al cuidado de las niñas y a las tareas del hogar.

Margarita rememora los días difíciles que pasaron hasta hace pocos días. “Con el sueldo de mi marido tocaba pagar una deuda a un banco, luego cancelar $ 70 por el arriendo del departamento más $ 20 de luz y agua, la educación de la Negrita y, claro, siempre tocaba reservar los $ 5 para el ecuavolei del fin de semana”, cuenta ante la risa generalizada de la familia.

Hace dos años, Alfredo tuvo un accidente laboral en la fábrica donde trabajaba y sufrió la pérdida de parte de tres dedos de la mano. En medio del dolor siguió adelante, sobre todo por su familia, cuenta.

Pese a la felicidad de haber ganado el millonario premio, los recuerdos de los momentos difíciles aún se mantienen vivos. “En ocasiones no había con qué parar la olla. Pero una, como jefa del hogar, tenía que hacer milagros y tocaba tirar a la olla lo que asome y hacer alcanzar, porque a veces llegaban visitas. Gracias a Dios siempre hubo un plato de comida en la mesa”, refiere Margarita.

La mayor de las hijas aún no dimensiona en su totalidad el significado de haber ganado el $ 1’197.659,15. Ella solo cuenta que siempre acompañó a su padre a comprar el Pozo, costumbre que tiene Alfredo desde junio del 2003, cuando salió a la venta este producto.

“Siempre tuve fe de que algún día iba a ganar. Nunca pensé que sería el premio grande, pero sí unos $ 100.000, con lo cual pensaba construir la casa soñada por mi familia”, expresa el jefe del hogar, sentado sobre uno de los taburetes de la improvisada sala de visitas.

Quien no creía en la suerte era Margarita. “Yo pensaba igual que mi suegra, que esos premios solo eran para los millonarios; pero ahora me doy cuenta de que todo es cuestión de fe”, reflexiona la mujer.

Ahora que la suerte les cambió, ellos quieren cumplir varios de sus sueños. Para empezar, Alfredo renunció a su trabajo en la fábrica de aluminio, el pasado 27 de junio.

“Lo más importante será tener nuestra propia casa, educar a nuestras hijas y ojalá se pueda comprar una finca para el futuro”, dice Alfredo. Similar criterio tiene Margarita.

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