Diario El Telégrafo, Guayaquil. El grupo Cheer up missions deleitó ayer a médicos e internos del centro a base de risoterapia. El sol ilumina con fuerza el patio del hospital Luis Vernaza. A las 11:00, un grupo de cincuenta médicos, enfermeras y pacientes está a la expectativa de un espectáculo previsto. De repente, una carcajada quiebra el silencio sepulcral que caracteriza a la casa asistencial. Los presentes miran curiosos tratando de encontrar de dónde proviene el extraño sonido.
Con un salto aparece sonriente un ser poco común en el lugar. Sus zapatos son enormes, su vestimenta es colorida y lleva toda la cara llena de maquillaje. “Hola, hola”, dice con voz aguda mientras agita sus manos saludando a los presentes. De la misma forma surgen otros dos personajes parecidos.
Uno lleva un alto sombrero de copa y el otro un vestido multicolor. Los tres payasos muestran sonrisas tan amplias como los bolsillos de sus pantalones.
Dos de ellos se arman con guitarras. Inician una melodía que desborda felicidad. Las letras de sus canciones predican amor y amistad. Después de la música, comienza la magia. El gran Zapatelli muestra su sombrero negro y un pañuelo. Desafía al público a que lo examinen y, ante miradas incrédulas, lo hace desaparecer. Asombro. “Nada por aquí, nada por acá”, dice Zapatelli mientras estallan los aplausos.
Es el turno de Frijolito. Él no es un mago como su compañero, su labor es fabricar carcajadas. Lo logra. La risa es como un virus, de esos que son comunes en los hospitales. Se expande entre aquellos que visten batas blancas. Llega hasta los enfermos, quienes por un momento olvidan sus males y se dejan llevar por los payasos.
Así vive el norteamericano Patrick Farrell, de 56 años, la verdadera identidad de Frijolito. Mientras sus compañeros dirigen la función, Farrell cuenta que ha viajado a más países que puede recordar para llevar alegría a quienes la necesitan.
Armados con sus guitarras, los payasos levantan el ánimo y roban sonrisas entre los recién operados…
“Todo comenzó en 1999, cuando el huracán Mitch arremetió contra Nicaragua y Honduras”, comenta secándose la frente. Asegura que, siendo un payaso profesional, no podía quedarse de brazos cruzados.
Añade que recibió una llamada de su colega canadiense Kenneth Landriault (Frijolito) y juntos se embarcaron en un viaje para hacer reír a los damnificados.
Así nació la fundación “Cheer up mi ssions”, que en español significa “Levanta el ánimo”.
“Conseguimos una donación de medicamentos de un doctor amigo, quien también nos acompañó en la travesía y ofrecía consultas gratuitas a casi 200 niños diariamente”, asegura Farrell y se prepara para salir a escena.
Alto, de piel pálida y ojos azules, Landriault afirma que su labor no es gratis. “Nos pagan al instante, con muchas sonrisas”, dice mostrando los dientes. A sus 50 años se ha financiado más de 25 viajes por todo el mundo.
Su mente es un baúl de experiencias, donde guarda sus bromas y sus recuerdos. De todas las anécdotas refiere a una de cuando se encontraba en la India. “Hice un concurso y si la participante ganaba le dije que se podía casar conmigo. Me ganó y ¡estaba convencida de que iba a ser mi esposa!”, dice alegremente.
Después de ganarse al público en el patio, los payasos se dirigen hacia las salas de internos. Armados con sus guitarras levantan el ánimo y roban sonrisas entre los recién operados. Edwin Castillo, quien ha sido sometido a tres operaciones por problemas en los intestinos, dice que se le había olvidado cómo sonreír, mientras se contagia del virus de la risa.
El trío jamás puede permanecer en silencio. En la sala de cardiología, donde solo se habla en murmullos, Frijolito y Zapatelli entran escandalosamente. Adentro las caras largas se transforman en rostros alegres.
Emilia, quien tiene 60 días internada por una falla en su corazón y no cuenta con los recursos para operarse, es el objetivo de los payasos.
Disparan sus mejores chistes hasta que el semblante de la muchacha, de 17 años, se transforma.
Al final, una plegaria colectiva se apodera de la habitación. Frijolito y Zapatelli cierran sus ojos y se dirigen a Dios con una formalidad nunca antes vista.
Todos tomados de las manos prometen buscar alternativas para conseguir los US$ 3.000 necesarios para el corazón de Emilia.
“El ánimo de los pacientes es importante para su recuperación. No pueden caer en depresión”, comenta Ernesto Peñaherrera, jefe de Cardiología del hospital, y agradece la visita de los payasos.
“Ellos también son doctores”, finaliza seriamente Peñaherrera.
Tomado de diario El Telégrafo, viernes 29 de agosto de 2008